Había una vez una niña en un lago.
La pobre no quería saber lo que era nadar y hundirse, sus zapatitos de charol eran de los malos, se encogerían y sus piececitos se resentirían.
Jugando ella cierto día, observo que al otro lado se erguía un cabello negro y grasoso.
Agazapada entre las hojas secas y ruidosas, lo observo.
Su ojitos azules veían a un ser de la lago, grande, viejo y feo.
La niña, cansada de jugar sola, pensó que tanta fealdad sería buena por natura.
-Hola- su vocecita dulce y su carita de ángel se estremeció.
Era feo, feo. Un ser de las profundidades creado para matar del terror.
De su garganta un ruido inexplicable salió, pero la niñita dedujo que era un hola…o algo parecido
-No tengo amiguitos y aquí sola me aburro- prosiguió la niña- ¿quieres jugar conmigo?
La criatura asintió y volvió a introducirse en el lago
-Pero ahí dentro no- protesto el pequeño angelito- mis zapatitos de charol se mancharan y luego mi mamá no me dejará volver a ponerlos.
Esa monstruosidad le sonrió
-Quítatelos y no te mancharas- limpio y claro.
La niñita asintió, quería jugar con su nuevo amiguito.
Con sus calcetines blanquitos, sus piernas se inundaron en el barro marrón.
-Ven- su mano arrugada y vieja agarró con fuerza su manita rosada- no te preocupes, es para que juguemos mejor.
-¿No me hundiré verdad?- pregunto la niña ya con medio cuerpo dentro y algo de miedo en su dulce voz.
-¡No!- exalto la horrible criatura- para nada…mientras deslizaba su mano hasta los últimos dedos
-¡No me sueltes!- chilló
-¿Yo? Yo soy una criatura de las oscuridades del lago, donde nada bueno se crea y donde niñitas como tú son la merienda de cada día.
Una vez más, la criatura triunfo.
Desgarrando a la niña, regresó a su hogar, en las profundidades del lago, dejando allí, los zapatitos de charol.
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